TRES
Tiempo,
Observa lo que ha Sido de Mí
Rápidamente me acerqué
para arrodillarme junto al cuerpo inmóvil, para comprobar sus signos vitales;
pero no había pulso ni en la muñeca ni en el cuello. La piel estaba fría y
sudorosa y sorprendentemente flácida… Se movía con mucha facilidad bajo mi
tacto, como si no estuviese bien pegada. Comprobé que el Rey de la Piel no
estuviera respirando, entonces me puse en pie y miré a mi alrededor con
frialdad. Los inmortales estaban juntos, en pequeños grupos, buscando apoyo y
protección, mirándome en silencio con ojos abiertos y fascinados, como niños
traumatizados. A ninguno les resultaba ajena la muerte, ni siquiera una tan
violenta y repentina; pero un asesinato de uno de ellos, en un lugar donde
deberían de haber estado a salvo… era otra cosa. No se permitían armas en el
Baile de la Eternidad precisamente para evitar cosas como ésta.
Observé a Hadleigh
Olvido mirando y le indiqué que se acercara. Se deslizó con agilidad entre la
multitud. Miró el cuerpo y después a mí, expectante.
- Eres el Detective Espectro- dije- ¿Quieres
ocuparte del caso?
- Eres Walker- dijo
Hadleigh- Ésta es tu jurisdicción.
- Entonces hazme un
favor. Ve hacia la puerta y ríete en la cara de los que quieran marcharse.
Nadie saldrá de aquí hasta que haya acabado con la investigación.
- Haré guardia- dijo
Hadleigh- Seguro que es… divertido.
Me ofreció una ligera
sonrisa y pasó entre la gente hasta llegar a la puerta, sin siquiera esperar a
que se apartasen de su camino. Los inmortales estaban empezando a hablar,
murmurando preguntas y exigiendo cada vez más y más. Iba a tener que tomar
medidas; ser Walker y hacerme cargo de la situación. O ninguno de ellos me
diría nada. Alcé la voz y me dirigí a los inmortales allí reunidos, que a
regañadientes se callaron y me escucharon.
- ¡Muy bien!- dije-
¡Prestadme atención! El Rey de la Piel ha sido asesinado. Así que esta sala de
baile se ha convertido en la escena del crimen y todos vosotros sois
sospechosos. Así que nadie va a marcharse de aquí. Haceros a la idea. Ahora,
voy a necesitar toda vuestra ayuda y colaboración para encontrar al asesino.
Sigue aquí, escondido y cuanto antes lo encuentre, antes podréis volveros a
sentir a salvo. Voy a tener que haceros preguntas a todos. Que ninguno se lo tome
como algo personal…
- ¡No vamos a
responder!- espetó un hombre envuelto en una capa romana de color púrpura, que
tal vez tuviera o no el derecho de usar- ¡Funcionario presuntuoso! ¡Nos vamos
todos! ¡Antes de que el asesino vuelva a actuar!
- No, no os vais- dije,
ofreciéndole mi mirada más dura- Nadie se irá hasta que haya encontrado al
asesino.
Jasmine de Loir dio un
paso adelante, echando hacia atrás su inmensa cabeza, para mirarme por encima
del hombro mucho mejor. Iba vestida como Isabel I, con el pelo rojo y una
frente muy grande.
- ¡No puedes obligarnos
a quedarnos! Sólo eres un mortal. ¡No tienes autoridad sobre nosotros!
- ¡Ni siquiera es
Walker de verdad!- dijo otra voz, desde la seguridad del gentío- ¡No tiene la voz!
- ¡Soy John Taylor!-
dije a viva voz y todo el mundo volvió a callarse. Les sonreí con desagrado y
unos pocos se estremecieron- Todos habéis oído hablar de mí. El hombre con el
don para encontrar cosas. Ahora callaros y comportaros, o si no…
- ¿O si no qué?- dijo
Jasmine.
- O encontraré a tu
marido desaparecido- dije.
Jasmine dudó y perdió.
Volvió a mezclarse con la gente. Miré tranquilamente a mi alrededor, saludando
a algunos que conocía.
- El de ahí, podría
encontrar los fondos perdidos de tu empresa. O tú. Podrían averiguar dónde escondiste
los cuerpos. Y en cuanto a ti, cielo, podría encontrar tu vieja nariz y
volverla a poner donde estaba.
Ya se habían quedado
totalmente en silencio, mirándose entre sí en busca de apoyo y no
encontrándolo. Todos tenían secretos y ninguno quería que los viera de cerca.
Por supuesto, estaba de farol y sólo había hecho un par de suposiciones en base
a los últimos cotilleos, pero ellos eso no lo sabían. Les di la espalda y me
arrodillé junto a lo que quedaba del Rey de la Piel.
Estaba tirado bocabajo,
hecho un ovillo. Había una única herida sangrienta en su espalda y más sangre
que manchaba su ajado abrigo. Había muerto rápidamente, desangrándose en
segundos. Sin su magia, sin su aspecto espeluznante de siempre, parecía mucho
más pequeño y muy normal. Le giré la cabeza con cuidado, para poder verle la
cara. Su verdadera cara. No era especialmente guapo ni feo; otro rostro común
más. Su ropa era vieja y cómoda, en absoluto a la moda. Muy usada. Y entonces,
cuando le miré a la cara, de pronto se transformó en una masa de arrugas. Como
si todos los años de su vida le hubiesen pasado factura de golpe. Las arrugas
siguieron apareciendo, entrecruzándose entre ellas, hundiéndose profundamente
en la piel, hasta que me quedé mirando a un hombre que habría vivido al menos
cien años y casi todos ellos mal. Los pocos inmortales que se habían acercado
para ver de cerca dejaron escapar gemidos de repulsión y se apartaron al
momento. Que el tiempo les afectara era el mayor miedo de un inmortal.
(Continúa en lolabits).