EL
BATEADOR DESIGNADO POR KELLER
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Keller,
con una cerveza en una mano y un perrito caliente en la
otra, subió unos cuantos escalones y volvió a su sitio. Delante de él dos
hombres estaban hablando de las consecuencias de un intercambio que habían
hecho los Tarpons, enviando a dos buenos candidatos de una categoría inferior a
los Marlins de Florida, a cambio de un pitcher zurdo y de otro jugador. Keller
supuso que no se habría perdido nada, porque llevaban hablando de lo mismo
desde que se marchó. Se imaginó que no habrían dejado de nombrar al jugador en
cuestión, porque no habían hecho más que especular sobre él.
Keller le dio un bocado a su perrito y un sorbo a su
cerveza. El que estaba sentado a su lado le dijo:
- No me has traído nada a mí.
¿Eh? Le había dicho que volvería en un minuto;
¿podría haberle dicho que iba a comprar algo, pero no había oído lo que le
había respondido?
- ¿Qué no te he traído? ¿Un perrito o una cerveza?
- Ninguno de los dos- dijo el hombre.
- ¿Se suponía que tenía que traerlo?
- Nop- dijo el hombre- Oye, tranquilo. Sólo estaba
bromeando un poco.
- Oh- dijo Keller.
El hombre empezó a decir algo más, pero se detuvo
después de un par de palabras, en cuanto él y todo el mundo presente en el
estadio centraron su atención en el terreno de juego, donde el bateador
designado de los Tarpons se había tirado al barro para evitar que una bola
rápida le golpease. El pitcher de los Yankees, un fornido japonés con una coña
increíble, ni se inmutó ante los abucheos y Keller se preguntó si sabría que
iban por él. Atrapó la pelota lanzada por el receptor, se preparó y se dispuso
a lanzarla.
- A Taguchi le gusta lanzarlas hacia dentro- dijo el
hombre que había bromeado con Keller- y a Vollmer le gusta rodear el plato. Así
que de vez en cuando a Vollmer le toca morder el polvo.
Keller le dio otro mordisco a su perrito,
preguntándose si debería ofrecerle un poco a su nuevo amigo. Que lo pensase
pareció indicar que la broma había surtido efecto. Le alegró no tener que
compartir el perrito, porque quería comérselo entero él solo. Y, cuando se lo
hubo terminado, le apeteció ir a por otro.
Lo que era raro, porque nunca comía perritos
calientes. Hacía unos años había leído un ensayo político en la parte de atrás
de una revista, acerca de la legislación de las salchichas. El escritor destacó
que era mejor no saber de dónde venían y Keller, que hasta entonces no se había
parado ni a pensar cómo se hacían las leyes ni las salchichas, empezó a
concienciarse más sobre ese tema. El aspecto legal no le cambió la vida, pero
sin siquiera tomar una decisión consciente, acabó perdiendo el gusto por las
salchichas.
Pero las cosas cambiaban en un campo de béisbol.
Tenía la impresión de que los perritos calientes que vendían en el Estadio de
los Tarpons tenían unos compuestos más dudosos que las típicas salchichas de
Frankfurt de los supermercados, pero ésa no era la cuestión. Un perrito
caliente en un campo de béisbol formaba parte de la experiencia de ver ese
deporte, junto al hecho de escuchar a algún fan gritón aullándole instrucciones
a algún jugador que estuviera a metros de distancia y que no pudiera
escucharle, o abuchear a algún pitcher al que le importara un carajo, o que un
total desconocido bromeara con uno. Todo formaba parte de la Gran Afición
Americana.
Dio un bocado, masticó, bebió cerveza. Taguchi le
hizo un tres a dos a Vollmer, que falló cuatro lanzamientos hasta que logró
uno. Lanzó la bola a la marca de 396 pies del lado izquierdo del centro del
campo, donde Bernie Williams la capturó. Hubo corredores en el primer y el
segundo, que trotaron hacia sus respectivas bases cuando cogió la pelota.
- Uno fuera- dijo el nuevo amigo de Keller, el
bromista.
Keller se comió su perrito, dio un sorbo a su
cerveza. El siguiente bateador la lanzó con furia, haciendo que driblara.
Taguchi se lanzó, pero sólo hasta la primera y los corredores avanzaron. El
segundo y el tercero, dos fuera.
El tercer bateador de los Tarpons era el siguiente y
el gentío gritó y abucheó cuando los Yankees decidieron recuperar bases por
bolas a propósito.
- Siempre lo hacen- dijo Keller.
- Siempre- dijo el hombre- Es estrategia y a todo el
mundo le da igual cuando es el equipo de uno el que lo hace. Pero cuando tu
chico está listo y el otro equipo no puede darle, la gente lo ve como un signo
de cobardía.
- A mí me parece un movimiento muy inteligente.
- A no ser que Turnbull se marque un grand slam y
Dios sabe que ha conseguido ya unos cuantos.
- Yo vi uno de ellos- recordó Keller- En el Campo de
Wrigley, antes de que tuvieran las luces. Estaba con los Cubs. He olvidado
quiénes jugaron.
- Si estaba con los Cubs, tuvo que ser antes de que
pusieran las luces. Ha estado en todas partes, ¿eh? Pero lleva una temporada
muy baja y hay que tener en cuenta los promedios. Paséale y pasarás de un .320
a un .280, además de un refuerzo en cualquier base.
- Éste deporte se basa en los promedios- dijo
Keller.
- En las yardas, en los promedios, en los voy
a-podría-debería- dijo el hombre y Keller de pronto se sintió más agradecido
que de costumbre de ser americano. Nunca había estado en un partido de fútbol,
pero dudaba que allí fuese a tener conversaciones como aquella.
- Séptimo bateador de los Tarpons- anunciaron los
altavoces del estadio- Número diecisiete, el bateador designado es Floyd
Turnbull.
(Continúa en lolabits)
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